La noche cayó sobre la mansión con una solemnidad inusual. Abajo, en el despacho, podía escuchar el murmullo bajo de Marcello, que seguía en una interminable videoconferencia con Frank y Alba, repasando una y otra vez la lista de posibles contactos de la verdadera Emma. Yo me había retirado, agotada por la tensión y la vigilancia constante.
Pasé por mi habitación, pero el silencio allí era demasiado ruidoso. La crisis de la verdadera madre había expuesto la brutal fragilidad de toda mi existencia aquí. La profesionalidad era mi único escudo, pero el miedo a ser descubierta me había dejado al borde del colapso.
Caminé por el pasillo alfombrado hacia las habitaciones de los mellizos, buscando el único ancla real en esta casa de mentiras.
Abrí la puerta de la habitación de Noah, donde una luz de noche proyectaba suaves sombras en la pared. Estaba profundamente dormido, su pequeño puño cerrado sobre el edredón. Me acerqué y le acomodé el cabello rizado. Su respiración tranquila era un bál