Una semana había transcurrido desde la confrontación en el zoológico y la emotiva confesión en el cuarto de Aubrey. Siete días de búsqueda incesante, siete días de paranoia, y siete días de un cambio profundo en la dinámica entre Marcello y yo.
La verdadera Emma no había vuelto a aparecer. Frank había movilizado equipos en toda la ciudad, siguiendo pistas falsas y confirmando que Emma se movía como un fantasma, sin usar tarjetas de crédito ni su celular habitual. La calma que se instaló en la mansión era artificial, como la quietud antes de una tormenta. Estábamos en una pausa en la guerra, esperando el siguiente movimiento del enemigo invisible.
Pero la ausencia de Emma había provocado una transformación inesperada en Marcello.
La confesión de mi amor incondicional por los mellizos, y mi dolor por la futura pérdida, pareció haber roto el último muro de control que Marcello mantenía entre nosotros. El CEO frío y calculador no había desaparecido por completo, pero había cedido espacio