La conversación de anoche en el pasillo me había dejado desmantelado. La mentira que yo había intentado sofocar, la negación de mis sentimientos por Arabella, se había estrellado contra la inocencia de mis hijos. "Parecen de esas personas que se quieren mucho." La frase de Aubrey resonaba en mi cabeza como una condena.
Me encerré en mi despacho después de que ella se fue a su habitación, ignorando las luces parpadeantes de mis correos electrónicos. Mis ojos estaban fijos en la pantalla de mi ordenador, pero lo que veía no eran gráficos financieros, sino la imagen borrosa de Arabella llorando en la habitación de mi hija.
Yo la había contratado para una tarea con fecha de caducidad: estabilizar a mis hijos, reconstruir mi reputación y luego, desaparecer. Pero ahora, pensar en la fecha de finalización del contrato me provocaba un terror visceral.
Si el contrato terminaba, se iría.
El miedo no era profesional. No era miedo a que mi reputación se hundiera si ella se iba; ahora, el miedo er