La mañana después de la confrontación en el despacho, la tensión en la mansión era casi insoportable. Los guardias se movían como sombras, y yo sentía la mirada de Gareth clavada en mi espalda con cada sorbo de café. Marcello, por su parte, estaba encerrado en una llamada tras otra con Frank, esperando el veredicto final sobre la identidad de "Selene".
Cerca del mediodía, mientras yo intentaba que los niños hicieran sus tareas en el salón principal, el teléfono de Marcello sonó en el despacho, un sonido áspero en el silencio tenso. Él contestó de inmediato. Yo me acerqué a la puerta, fingiendo ayudar a Noah con un problema de matemáticas, pero con mi atención totalmente enfocada en la voz ahogada que salía del despacho.
Unos minutos después, la puerta se abrió con un estruendo. Marcello estaba de pie en el umbral, con el rostro pálido y los ojos inyectados en sangre, no de rabia, sino de shock puro.
—Emma. A mi despacho. Ahora —ordenó, su voz era un susurro gutural y urgente.
Dejé los