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Capítulo 2: Espero no arrepentirme

—¿Cuántas veces te he enseñado la diferencia entre la almendra y las nueces, Arabella? —Mi madre, Rita, resopla con esa falsa molestia que disfraza la preocupación. Es la mañana del sábado. Estoy sentada en la mesa del comedor, con una taza de café que no logra borrar el cansancio acumulado. Me encojo de hombros, mordiendo el interior de mi mejilla. Sé que han sido muchas veces—. Las nueces son las que tienen forma de cerebro y las almendras son las que tienen forma de gotas —recita con el tono paciente de maestra de jardín de infancia.

—Ay, mamá. Parece que tuviera cinco años —me quejo, dando un golpe suave a mi taza—. No me expliques así las cosas, que me siento como una estúpida niñata.

—Tienes que saber diferenciarlas, hija. ¿Te imaginas que el señor hubiese sido alérgico a las nueces? Te hubieses metido en un gran problema, Arabella. Hubieras terminado en el noticiero.

—Bueno, para mi suerte, el señor solo se molestó y no le dio un paro anafiláctico —muevo mi mano, restándole importancia al asunto que ya es pasado—. ¿A qué hora entras hoy al trabajo?

—Me debo ir ya, me entretuve con tu historia y se me pasó la hora. Te amo mucho —Toma su cartera de cuero desgastado que descansa en la silla y se pone de pie para despedirse de mí con un beso ruidoso en la mejilla—. ¿Qué harás hoy?

—Chloe me invitó a su cumpleaños, pero no sé si seré capaz de aguantar la presencia de mi jefe, George, en mi día libre. Lo último que necesito es que me recuerde mis confusiones con los frutos secos.

—¿Lo invitó a él también? —pregunta mi madre con el ceño fruncido, y yo asiento. Su desaprobación es evidente—. Bueno, pero tampoco creo que sea muy agradable que te quedes sola acá un sábado. Tú sabes que yo llego tarde.

—Ahí te aviso si voy o no —Le doy un abrazo fugaz—. Que tengas un buen día, mamá.

Me regala una sonrisa tierna, esa que solo veo cuando logra pagar una factura a tiempo, antes de salir por la puerta.

Cuando dejo el comedor y la cocina limpias, después de asegurarme de que los ingredientes para el almuerzo rápido están disponibles, me dirijo a mi más preciado lugar: el sofá. Tomo mi celular y refunfuño al ver el mensaje de Chloe, mi compañera de la heladería y lo más cercano que tengo a una "amiga".

Chloe: Supongo que vendrás hoy. Si no lo haces, aplastaré tu linda cara en el helado de pasas más asqueroso de la tienda.

Hago una mueca de desagrado. ¡El helado de pasas! Esa aberración dulzona nunca debió ver la luz.

Yo: ¿Tú piensas que es agradable para mí estar cerca de mi jefe en mi día libre? Ni la cara le quiero ver a ese señor.

Chloe: Arabella, nadie te obliga a compartir con él. Solo estarán en el mismo sitio, nada más que eso.

Pongo los ojos en blanco. Mi compañera no entiende que mi jefe, George, es el responsable de que ahora odie el chocolate.

Yo: Eres la única persona rara que se le ocurre invitar a su jefe a su cumpleaños. Yo paso.

Chloe: Juro por mi Dios Channing Tatum que soy capaz de subir a I*******m la foto que te saqué haciendo caca si no vienes.

Abro mis ojos como platos y maldigo por lo bajo. Si lo jura por su actor favorito es porque lo hará realmente. Estoy jodida. Esa foto fue un error de borracha que jamás debió quedar registrado.

Yo: Mándame tu dirección, maldita perra.

Tiro mi cabeza hacia atrás, sintiendo el colchón del sofá contra mi cuello, en una rendición absoluta. En esta me ganó, pero me las pagará caro.

(...)

Horas más tarde, la ansiedad de la fiesta se suma a la ansiedad del spam millonario que he decidido ignorar (por ahora). Vuelvo a golpear con mi pie la pobre pared del armario y chillo frustrada.

El vestido que tenía pensado usar, ese que me hacía sentir casi sofisticada, no me cierra. La cremallera se detiene justo a la altura de mis caderas y se niega a subir.

—¡Mierda, han pasado seis años desde que salí del colegio! —susurro espantada al sacar la cuenta. El tiempo corre, y aparentemente, mis tallas también.

Doy golpes en el aire a lo loco. Es el único vestido que tengo. Lamentablemente, no puedo aparecer en una fiesta de cumpleaños con pantalones rasgados y poleras de tiritas, que es como me gusta andar siempre. Mi pánico se dispara con el recuerdo de la invitación de Chloe: "Si vienes poco fashionista, no entras." Sé que es una broma, pero mi orgullo de fashion-4-de-7 no me permite arriesgarme.

Salgo de mi habitación con el vestido maldito hasta las caderas y me dirijo a la habitación de mi madre. Sé que Rita tiene vestidos, pero también sé que tiene un gusto más bien señorial y práctico.

No esperes menos, Arabella. Tu madre tiene cincuenta y cuatro años.

Abro el armario de Rita con cautela. Me obligo a buscar por cielo, mar y tierra un vestido que no se vea tan anticuado, sin volantes ni hombreras ochenteras. Justo cuando estoy a punto de rendirme, lo encuentro. Para mi absoluta sorpresa, es un vestido rojo vivo con un escote discreto en V que no se ve para nada de señora.

Jamás le había visto este vestido. ¿Será un recuerdo de un pasado secreto y sexy de mi madre?

Me lo llevo a mi habitación y sonrío satisfecha. El tono carmesí resalta mi cabello rubio y se ajusta a mi cintura. No creo ser la mejor vestida, pero tampoco me veré fuera de lugar. En realidad, se me veía bastante bien.

Me pongo los tacones negros que mi prima Jessica me regaló, que son un dolor para los tobillos, pero perfectos para la ocasión. Me maquillo levemente los ojos, centrándome en un eyeliner dramático, y me aplico el labial rojo intenso que uso para ocasiones especiales. Para mi suerte, es exactamente el mismo tono del vestido.

Veo la hora: ¡voy diez minutos tarde! Desenredo mi cabello con una rapidez frenética. Cuando estoy lista, salgo de la casa. El calor de California sigue sofocante.

Espero a que pase un taxi. Cinco minutos después, logro subirme a uno y le doy la dirección al conductor, un señor de nombre Roberto que parece más un terapeuta que un taxista.

—Espero que lo pase bien, solo intente no mirar a su jefe para que no le arruine la noche —me dice Roberto con sabiduría, mientras me cobra. Me vine contándole mi calvario.

—Gracias, Roberto. Que tenga buena noche —Le pago y bajo del taxi. Me despido con un movimiento de mano y lo veo desaparecer de mi vista.

Inhalo profundamente, preparándome mentalmente para caminar hacia la puerta de la casa de Chloe. Mi cuerpo se tensa al escuchar la mezcla ensordecedora de música reggaetón y gritos. No te hagas, Arabella. Tampoco es como que nunca en tu vida hayas ido a una fiesta. Sí, había ido, pero jamás me había gustado del todo el ambiente caótico.

—¡Por fin llegas, mi chocolatito caliente! —escucho la voz de mi compañera. A los segundos, Chloe (de veinte años y con una energía inagotable) está abrazando mi cuerpo.

—Feliz cumpleaños, Chloe —río, devolviéndole el abrazo sin mucha fuerza. Le entrego la pequeña bolsa de regalo—. Te traje un pequeño obsequio, toma.

—No tenías por qué molestarte, mi obsequio ya es que hayas aceptado venir —Me sonríe agradecida.

Bueno, me obligaste...

—Gracias por invitarme —le devuelvo la sonrisa—. ¿Dónde está George para no ir hacia allá? —le pregunto, refiriéndome a nuestro jefe, un hombre de unos cuarenta y cinco años que no es desagradable, pero sí molesto. Molesto como tener un grano en el trasero que nunca se quita.

—¿La verdad? No tengo idea —Chloe se encoge de hombros—. Tal vez está en el jardín, no lo sé. No he estado pendiente de él.

—¿Para qué lo invitas? —bufo, pero carraspeo al instante—. Perdón, soy una pesada. No me tomes en cuenta.

—¿Quieres algo para beber? Tengo whisky de manzana, cerveza, vino para los más sofisticados, vodka y tequila para los más valientes…

—No se me hace muy seguro beber si después me iré sola en Uber, así que prefiero un vaso de Coca-Cola.

Me hace una seña y me lleva a la mesa. Mientras me sirvo, le explico:

—Estaré solo un ratito. Lo mío es ver televisión en pijama o jugar Call of Duty, no soy demasiado fan de las fiestas —Dejo la bebida en su lugar—. De hecho, tuve que buscar un vestido en el armario de mi madre porque claramente quería seguir tu regla de "fashionista" —bromeo, dándole un trago a mi vaso.

—Eso era una broma —se ríe.

—¡Qué considerada! —exclamo irónica.

—Mira, allá están Louis y Pamela, por si quieres estar con ellos —Me señala a dos compañeros de trabajo. Muevo mi cabeza de un lado a otro. La idea de hablar de helados en mi día libre me da acidez—. No voy a permitir que te quedes sola, sígueme.

—Prefiero quedarme al lado de la mesa por si me da hambre o sed, pero gra… —me interrumpe.

—Ven —Toma mi mano libre y me obliga a caminar detrás de ella, abriéndome el paso entre la gente que baila apretujada—. Te voy a presentar a mis amigos —grita sobre la música, justo antes de salir hacia el patio trasero—. Algunos son un poco extraños, pero ninguno es un psicópata ni un asesino en serie, que es lo que importa.

—Tú sabes que no soy muy sociable que digamos.

—Tranquila, no te los presentaría sin creer que se llevarán bien —Dice, acercándonos a un grupo de cuatro personas que se ríen cómodamente: dos chicas y dos chicos—. El de polera blanca tiene veinticinco, tal vez se lleven bien.

—¿Entre viejos se llevan, dices tú? —pregunto con gracia. Al instante, llamo la atención de los cuatro.

—Chicos, les presento a mi compañera de trabajo Arabella —me presenta—. Ellos son Elena, Nick, Oliver y Penélope.

Sonrío forzadamente, y ellos me devuelven una sonrisa mucho más natural y cálida.

—¿De dónde es tu vestido? Está muy lindo —Elena, una chica rubia, me pregunta con un tono genuino. No parece burla.

—No tengo idea, es del armario de mi madre —No me importó sonar patética—. Permiso, me voy a sentar por aquí —murmuro, corriendo una silla junto a Nick.

—No sé si quieran que me quede con ustedes, pero estoy intentando esconderme de mi jefe y no lo veo por acá.

—¿Entonces no soy el único que cree que invitar a tu jefe a tu fiesta de cumpleaños es raro? —Nick, el chico de polera blanca, pregunta con un tono divertido.

—Bueno, es la fiesta de Chloe, así que... no puedo hacer mucho —respondo, encogiéndome de hombros.

—¿Cuántos años tienes? —pregunta Oliver.

—Veinticinco.

—Genial, soy un año mayor que tú —Nick deja su mano abierta para chocar los cinco, y yo le sigo la corriente—. Somos los más grandes del grupito.

—Si lo dices así, me siento un poco vieja —Me pongo la mano en el pecho, haciéndome la ofendida.

—No te preocupes, estamos como el vino —me guiña el ojo, y alzo mis cejas expectante—. Mientras más viejos, más ricos.

¿Me está diciendo rica o algo así? Mi cerebro, ligeramente aturdido por la tensión, intenta procesar el halago.

—Tú deberías estar con tus otros invitados, ¿no? —Penélope interviene.

—No sé, invité a gente que ni conozco —Chloe hace una mueca de disgusto—. Solo para que hubiera más personas y regalos, pero ya me arrepentí.

—Pareces una niña pequeña, y ya cumpliste veinte años, Chloe —digo, antes de tomar un trago de mi vaso—. ¿Hay pepinillos? Estuve al lado de la mesa, pero no le presté demasiada atención a la comida.

—Sí, y están buenísimos —Elena asiente, y yo hago un movimiento de ¡Sí! con el brazo. La Coca-Cola y los pepinillos son mi gusto culposo.

—¿Quieres que te traiga? Justo estaba pensando en ir a buscar más —añade Elena, y yo asiento con vehemencia.

—Te lo agradecería mucho. No quiero volver a pasar por entremedio de toda esa gente bailando.

—No te ves muy fan de las fiestas —Nick me mira con la cabeza levemente ladeada.

—En realidad no, soy más de casa. —Es bastante guapo, pienso. Su cabello y ojos son de color café, y tiene unas lindas líneas de expresión cuando sonríe, que lo hacen ver maduro y bastante sexy.

—Vino por obligación. Tuve que chantajearla —Chloe interviene.

—Me juró por Channing Tatum, así que ustedes saben que fue un chantaje bastante serio.

—Definitivamente sí. Lo juró por su actor favorito, así que es verdad —Nick concuerda conmigo, mostrándome sus dientes perfectamente alineados.

Ay Dios, ni siquiera estoy borracha y ya me estoy calentando con alguien que ni conozco.

Y antes de que estúpidamente le diga en la cara que es guapísimo, Elena llega hacia mí con un pocillo lleno de pepinillos.

—Muchas gracias.

—Adentro está demasiado sofocante —se sienta nuevamente en su silla—. Horrible, muy horrible.

—¿Están solteros? —pregunto de un momento a otro. Honestamente, solo quiero saber el estado civil de Nick—. Les pregunto a los cuatro, obviamente.

—Sí, no somos un grupo que tenga demasiado interés en el amor —Oliver responde.

—Disculpa, ¿cómo te llamas tú? Lo olvidé.

—Oliver.

—Bueno, Oliver. Yo soy igual que ustedes con ese tema, así que creo que nos llevaremos bien.

(...)

—¿No te arrepientes de haber venido? —Chloe grita, ahora con la música más alta.

—Me arrepiento de haber aceptado las cervezas, pero estoy bien —respondo de la misma forma.

Mi compañera logró convencerme de tomarme unas cervezas dos horas después de mi llegada, y lamentablemente, no tengo demasiado aguante. Por ahora, solo me siento un poco mareada y con esa sensación cálida de desinhibición.

Estamos bailando las tres: yo, Penélope y Elena. Los chicos, por su parte, se han esfumado.

—¿Dónde están Oliver y Nick? —le pregunto a las chicas, sin dejar de moverme al ritmo de Sean Paul.

—No lo sé, coqueteando con mujeres como lo hacen en todas las fiestas, supongo —Elena se encoge de hombros.

Buah, ¿por qué Nick no me coqueteó a mí mejor?

—Estoy que me hago pipí. ¿Dónde está el baño?

—Abajo en la puerta blanca y arriba en la segunda puerta —me responde mi compañera—. Te recomiendo que vayas al de arriba, debe haber menos gente.

—Vale, voy y vuelvo.

—¿Quieres que te acompañe? —pregunta, pero yo niego con una sonrisa antes de subir a las escaleras, afirmándome bien de la baranda para no hacer una escena ridícula.

Llego al segundo piso. Camino hacia la segunda puerta y doy unos toques rápidos antes de pasar. Me bajo con rapidez el vestido y los calzones. Aliviada, hago un sonidito de satisfacción. Cuando termino, me lavo las manos y me miro en el espejo. El labial rojo se ha corrido levemente en la esquina y mi cabello necesita un peine.

—¡Ya salgo! —grito cuando escucho unos golpes impacientes en la puerta.

Arreglo el escote de mi vestido, que estaba un poco chueco por el baile, y abro la puerta. Mi aliento se detiene.

Frente a mí está Nick, el chico de la polera blanca y la sonrisa sexy. Sus ojos, un poco vidriosos por el alcohol, me recorren de arriba abajo, deteniéndose justo en la V del vestido rojo.

—Perdón, no sabía que estabas tú dentro —apoya su brazo en el marco de la pared, atrapándome ligeramente, y me da una sonrisa que a mi parecer, era totalmente coqueta.

La cerveza me ha dado una valentía estúpida.

—¿Acaso querías entrar al baño conmigo? —pregunto en broma, pero con un toque de coqueteo tan obvio que ni la música puede disimularlo.

—Si quieres, sí. Yo encantado.

Alzo mi ceja derecha, sintiéndome impresionada y deseada a partes iguales. Sin pensarlo dos veces, y sintiendo que por fin estoy demostrando que no soy una "amiga" inofensiva, tomo su mano libre y lo jalo al baño conmigo. Cierro la puerta de golpe, y el clic del cerrojo suena como un disparo en medio de la fiesta.

—Me tienes cachonda desde que te vi —le admito, antes de tirarme hacia sus brazos. Mis manos viajan a su cuello y lo beso apasionadamente, dejando que el sabor de la cerveza y el deseo hagan el resto.

Dios, espero no arrepentirme de esto.

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