Inicio / Romance / Madre Falsa Para Los Hijos Del CEO / Capítulo 3: Algo inédito sobre Marcello Greco
Capítulo 3: Algo inédito sobre Marcello Greco

Hago una mueca de dolor. Los griteríos agudos y desagradables de los niños en la heladería se clavan como agujas en mi sien. Cada timbre de la caja registradora o cada risa fuerte es una tortura para mi cabeza.

—¿Qué sabores quieres? —pregunto con una voz tan plana que roza la hostilidad. Cero animación. Cero profesionalidad.

—Naranja y chocolate —responde el niño que tengo frente a mí, un pequeño con gafas y un sweater de rayas—. No, mejor chocolate y coco… o naranja y coco.

El indeciso. Justo lo que necesito a mis casi treinta años de edad y dos cervezas de más.

—¿Qué sabores quieres realmente? —vuelvo a preguntarle, esta vez con una miradita que intento que sea asesina, pero que probablemente solo parece cansada.

—Nutella y coco.

Le pongo rápidamente las dos bolas de helado en su cono. Por suerte, no pide toppings. Se lo entrego y me apoyo en uno de los muebles con las manos, respirando hondo y suspirando con profunda irritación.

Ayer el momento fue fugazmente agradable y excitante, pero el precio del alcohol que tomé y la falta de sueño ha sido un dolor de cabeza horrible, casi paralizante.

—¿Quedaste muy mal? —Chloe se acerca a mí, rellenando los cubos de helado que estaban medio vacíos. Su voz es preocupada, aunque su energía sigue siendo inagotable.

—Me duele la cabeza. Siento que tengo arena en los ojos.

—Qué bueno que Penélope pudo llevarte a casa, al menos no tuviste que irte en un Uber sola —dice, y yo asiento. Es una mentira piadosa, pero me aferro a ella. Nadie sabe de Nick. — ¿Te hicieron mal los pepinillos o algo así? Te demoraste bastante en el baño cuando fuiste.

Casi me atoro con mi propia saliva al escucharla. El corazón me da un vuelco y siento cómo mis mejillas se calientan un poco.

¿Nick no le habrá contado a nadie que follamos por un largo rato en el baño?

Si guardó el secreto, eso habla bien de él como hombre, o al menos como un tipo que sabe lo que es un acuerdo de discreción de una noche.

—No lo creo, como pepinillos desde que soy pequeña. Debió ser el vino de manzana —miento, cubriendo la verdad con una coartada de bebida.

—¿Entonces?

—Sí, estaba con un poco de dolor de estómago. No sé qué habrá sido lo que me hizo mal —insisto, manteniendo el contacto visual para que me crea.

—¡Menos cháchara y más trabajo! ¡No porque me hayas invitado a tu cumpleaños voy a dejar que no trabajes! —George, nuestro jefe, le grita a Chloe cuando pasa por nuestro lado. Su voz es grave y retumba en el local. — ¡Limpien, hagan algo!

Maldito viejo entrometido.

—Ya sabes, nunca más invites a ese señor a tus fiestas. Es un pesado —le susurro a Chloe cuando se aleja de nosotras. — Yo limpio las mesas y tú barres.

Voy a buscar el paño y el cloro, que huelen intensamente a químico, lo que aumenta mi náusea, y me acerco a las mesas.

Mientras limpio la melcocha pegajosa de caramelo, a mi mente llega el recuerdo vívido de Nick; él entre mis piernas y yo sentada en el lavamanos mientras le arañaba la espalda desnuda. Sentí la fuerza de sus músculos, la presión de sus manos.

Tenía un cuerpo de infarto.

Y, sí, el miembro también era memorable.

Muevo mi cabeza de un lado a otro para borrar esos pensamientos calientes. Yo no suelo comportarme así. No es muy común en mí follar con cualquier persona en una fiesta, pero Nick... no me pude resistir. Fue una estupidez, pero una estupidez con recompensa.

Lo bueno es que iba preparado, así que irresponsable no fui.

Me sentí increíblemente bien cuando me dijo que él también tenía muchas ganas de que pasara algo entre nosotros desde que me vio. Es tan guapo y masculino, pero sé que lo que pasó fue solo algo de una vez y ya. Algo del momento. Algo demasiado rico para la resaca que me ha dejado.

—Señorita, a mi hijo le salió un pedazo de algo duro en su helado.

Cierro los ojos con fuerza antes de darme vuelta, sintiendo cómo mi paciencia se evapora. Frente a mí, la misma señora y el mismo niño que no podía decidirse. Mi buen humor no existe hoy.

—El de Nutella tiene pedazos de avellanas —respondo, intentando ocultar mi estrés—. Debe haber sido eso, no se preocupe.

—Bueno, usted no le avisó que traía pedazos de avellanas. Pudo haberse quebrado un diente —La señora se cruza de brazos, adoptando una postura de madre protectora indignada.

—No lo creí necesario, puesto que cuando eligió el sabor se veía claramente que el helado tenía pedazos de algo arriba. Es un sabor de frutos secos.

—Es un niño, no alcanza a ver bien los helados.

Me obligo a mí misma a no poner los ojos en blanco. Asiento. No quiero seguir llevándole la contraria. Prefiero cambiárselo y que se vayan.

—Está bien, le daré otro helado gratis.

—Esta vez quiero de Frutilla y frambuesa —el niño dice con una sonrisa de victoria antes de devolverme su antiguo helado.

¿Pudo haberse “roto un diente” y aun así dejó que se lo comiera?

—Para evitar otro inconveniente —espero que mi sonrisa se vea demasiado falsa—. Te cuento que el helado de frutilla tiene pedazos de la fruta y el de frambuesa trae drupas, es decir, las “bolitas” que la conforman. Solo para que lo sepa.

Los despacho con una cortesía forzada.

Minutos después, cierro la caja. Por fin nuestro día había acabado.

—No me vas a creer esto, Arabella —Chloe se acerca a mí, con una expresión de asombro—. Es impresionante.

—Nada va a ser más impresionante que el trasero de la última clienta —digo, todavía con la boca abierta—. ¡Era gigante y hermoso!

—Arabella, por favor. Concéntrate en lo que te estoy diciendo —hace un gesto con su mano para que le preste atención. La miro con las cejas alzadas, expectante—. ¿Conoces a Marcello Greco?

—El CEO de Greco Lab International y dueño de la mayor cadena de hoteles de California, sí —respondo, sin darle mayor importancia. Es solo otro nombre en las noticias de negocios. —¿Qué pasa con él?

—Supe algo inédito que no vas a creer, pero necesito que no se lo cuentes a nadie. Es un secreto a voces en los círculos internos.

—Dime ya, Chloe. Deja el drama —pongo los ojos en blanco. No me interesa la vida de ese hombre.

—Sabías que tiene mellizos ¿verdad? Una niña y un niño de doce años.

—Sí, algo había escuchado, creo.

—Afírmate que te vas a caer con lo que te voy a decir.

—¡Chloe! ¡Ya dilo!

—La mamá de los niños los abandonó cuando ellos tenían solo unos meses de edad —me cuenta. Su voz baja a un susurro conspirador—. Pero eso no es lo impresionante.

—¿Qué es? —pregunto, sintiendo una punzada de curiosidad genuina.

—El CEO busca a una madre falsa para sus hijos —suelta, y yo frunzo mi ceño totalmente confundida. La sangre se me congela, y el correo electrónico de mi bandeja de entrada resuena como un grito.

—Está dispuesto a pagar ¡treinta mil dólares mensuales! a la mujer que se haga pasar por la madre de los mellizos por un tiempo que desconozco.

—Es una broma ¿verdad? —pregunto sin creerlo, aunque mi cerebro grita: ¡Es cierto! ¡Es cierto! Alza sus cejas con cara de "créelo" y niega con la cabeza.

—¡¿Quién carajos hace eso?! —grito anonadada, sintiendo la urgencia de salir corriendo a revisar mi correo.

—Solo él; Marcello Greco.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP