El silencio cayó como un muro.
Hyden no respondió a la pregunta de su nana; simplemente permaneció de pie, con la mirada perdida en el suelo, respirando con dificultad.
Pero su silencio terminó siendo más elocuente que cualquier palabra, pues Severiana lo entendió todo.
—Por el amor de Dios, Hyden… —susurró la anciana, con un dejo de reproche—. ¿Cómo pudiste firmar esos papeles? No puedes darle la espalda ni a tu esposa ni a tu hijo. No en este momento.
Hyden cerró los ojos con fuerza, intentando contener la ira y la culpa que lo devoraban por dentro, mientras caminaba hacia las escaleras, ignorando a su nana.
—¡Hyden Mackenzie, aunque me ignores, lo que acabas de hacer no es correcto! ¡Tu hijo te necesita!
—¡No es mi hijo! —gritó, con los ojos rojos y el rostro fuera de sí.
Severiana, aterrada por la reacción de Hyden, se limitó a guardar silencio.
—No hable de lo que no sabe, Severiana —murmuró entre dientes Carolina, girándose hacia la escalera.
—Sé suficiente —replicó ella con fir