El silencio del estudio de Hyden era tan denso que se podía oír el leve tic-tac del reloj de pared.
Andrés se mantuvo de pie junto al escritorio, observando cada detalle del lugar. Había estanterías repletas de libros de economía, cuadros antiguos, retratos familiares enmarcados con elegancia.
Entre ellos, casi escondida detrás de un portarretratos de cristal, había una fotografía: Paula y Hyden en lo que parecía ser su boda.
Ella lo miraba con una ternura que él jamás había tenido el placer de ver en su rostro.
Y él, en cambio, ni siquiera la miraba. Estaba serio, distante. Su expresión carecía de toda emoción.
Esa imagen lo detuvo. Era como una confirmación de que aún había esperanza para él.
Se había enamorado de Paula desde el primer momento en que la vio; no pudo evitarlo. Esa atracción magnética que había sentido desde el minuto cero y que le hizo creer, contra toda lógica, en el amor a primera vista.
—Qué hermosa te veías… —susurró, casi para sí, antes de que un