Inicio / LGBTQ+ / MI MUNDO PERFECTO / El arte de ser invicible
El arte de ser invicible

Definitivamente, el lunes permanecía con un sol que parecía burlarse de Raven Lockridge.

 

Raven se siguió su camino todavía con el corazón acelerado, como si hubiera corrido una maratón durante la noche. La realidad no era un sueño: había chocado de entre más de mil empleados precisamente con Maelik, su jefe, y había sentido… cosas. Cosas que un empleado promedio no debería sentir jamás frente a su alfa jefe imponente.

 

Llegó a su oficina rojo como tomate, intentando que nadie notara su vergüenza. Claro, intentar parecer normal siendo un beta torpe no es tarea sencilla.

 

—Raven, ¿qué te pasa? —preguntó Merrick Holloway, ingeniero de software de 30 años, con esa media sonrisa burlona que parecía decir “Me trajiste café”.

 

—Estás como un camarón hervido —intervino Sandro Vancouver, el más joven del grupo, siempre dispuesto a bromear sobre todo y todos.

 

Genaro Lara, serio y prudente, solo arqueó una ceja y lo observó con esa mirada de alguien que todo lo ve y nada dice.

 

Raven tragó saliva y trató de sonar casual.

 

—Nada… solo que… choqué con el Ceo Maelik.

 

El silencio que siguió fue casi cómico. Luego, los tres reaccionaron a la vez: Merrick se dobló de la risa, Sandro lo señaló como si fuera culpable de la gravedad terrestre, y Genaro solo murmuró:

 

—Bueno, por lo menos no te despidió al instante ¿O si lo hizo y vienes a despedirte de nosotros tan pronto?

 

Raven solo pudo encogerse de hombros y fingir normalidad mientras se preguntaba cómo había sobrevivido a ese encuentro sin que su vida laboral se convirtiera en un caos absoluto. Por dentro, todavía sentía la dureza de Maelik cuando se fueron de bruces al suelo, y la sola idea lo hacía hiperventilar en silencio. Todas las imágenes del callejón le llegaron a la mente. Tuvo que enfocarse para no mostrar su excitación.

 

—No...no creo que me eche, al contrario sentí que me defendió de alguna forma cuando su asistente casi me come vivo. Me disculpé muchas veces y creo que las aceptó. Andará de buenas.

 

—Uff que suertudo.

 

—Vas a tener que ser dedicado y no cometer errores. Puede que te lo haya dejado pasar, pero nos demore será así.

 

—Ya entendí.

 

El resto del día transcurrió con cierta normalidad: hizo entregas, contestó correos y logró concentrarse lo suficiente para que su mente no divagara hacia pensamientos prohibidos. Pero al final de la jornada, mientras se dirigía a la salida, lo vio: Maelik, de pie y firme, caminando hacia la oficina de Recursos Humanos. El corazón de Raven dio un vuelco.

 

¿A qué irá él a RRHH? ¿Acaso lo pensaba despedir de todas formas?

 

Raven se mantuvo yendo y viniendo entregando paquetes, documentos y demás al final del día no venían por él. Ya no le quedaba una uña larga en los dedos de las manos, porque se dio banquete con ellas por lo nervioso.

 

Cuando llega la hora de salir, Raven fue el primero. No quería toparse ese hombre por nada del mundo.

 

El camino a casa fue un desfile de ideas absurdas y paranoicas.

 

“¿Qué pasa si viene a reclamar después que choqué con él? ¿Me despiden por invasión indebida de espacio personal alfa?” pensó, imaginando su nombre en una carta formal: “Raven, despedido por imprudencia beta”.

 

Una vez en casa, se sirvió ramen instantáneo con huevo y trató de distraerse con su videojuego favorito, su fiel OC, pero no había manera de borrar de su cabeza la imagen del jefe. Cuando finalmente se recostó en su sillón, su hermano entró, como siempre, dispuesto a husmear.

 

—¿Y qué tal el trabajo? —preguntó, recostándose en el marco de la puerta.

 

—Todo bien… salvo que choqué con el jefe —dijo Raven, hundiendo la cara en las manos.

 

—¿Literal o figurado? —preguntó su hermano, arqueando una ceja con curiosidad.

 

—Literal —respondió Raven, resignado, mientras el silencio se llenaba de risas imaginarias de su grupo de amigos y de él mismo, pensando en lo ridículo que se veía siendo un beta torpe en medio de la jungla de alfas de su oficina.

 

—Que torpe eres...ten más cuidado o no vas a durar ni un mes.

 

Por un momento, todo parecía tranquilo. Raven respiró hondo, tratando de convencerse de que aquel incidente quedaría enterrado… aunque, en el fondo, sabía que Maelik no era alguien que olvidara fácilmente.

 

El martes apenas abrió los ojos, ya había decidido que su nueva misión de vida sería una sola: ser invisible. Sí, invisible. Porque si volvía a toparse con el alfa con el que había chocado el lunes, estaba segura de que lo despedirían antes de que pudiera decir “prestaciones laborales”.

 

El recuerdo todavía le quemaba en la memoria: la camisa cara de él manchada con café, sus ojos penetrantes observándolo como si hubiera cometido un crimen de estado y no un accidente de pasillo. Raven suspiró, se metió bajo la ducha y se repitió a sí misma como un mantra:

 

—Hoy nadie me ve. Soy aire. Soy un holograma con botas.

 

Ya en la oficina, su estrategia estaba en marcha. Ni siquiera se maquilló como siempre; un poco de corrector, el pelo atado sin esfuerzo y un traje gris que decía claramente: “no soy un beta interesante, sigue de largo”.

 

La primera prueba llegó con el ascensor. Raven apretó el botón y esperó. Cuando las puertas se abrieron, ahí estaba él: Maelik, el temido alfa del departamento de inversiones caminando hacia el ascensor. El corazón de Raven se disparó, pero su cerebro reaccionó antes que sus piernas. Apretó su maletín, lo levantó como si fuera un escudo medieval y lo puso justo frente a su cara mientras caminaba de reversa entre los demás empleados.

 

—Soy un maletín, soy un maletín, soy un maletín… —murmuró bajito, rezando porque el ridículo funcionara.

 

Maelik arqueó apenas una ceja, pero —fiel a su costumbre— no entró al ascensor si había alguien dentro. Se giró con esa frialdad de estatua griega y esperó el siguiente ascensor, además él subía y ellos bajaban. Raven casi se desmaya de alivio.

 

—Funciona —susurró triunfante cuando las puertas se cerraron—. El mantra es la clave.

 

La segunda prueba fue en el archivero. Raven entró con pasos sigilosos, como ladrón profesional, para guardar unas carpetas. Y justo cuando iba a salir por un lado, vio que Maelik entraba por el otro. Ni lo pensó: dobló la esquina, se escurrió como una sombra y salió por la puerta trasera. El pobre alfa apenas alcanzó a notar un mechón de cabello desaparecer, como si se tratara de un fantasma de oficina.

 

Lo mejor de todo era esa ventaja secreta: ser beta. Nadie nunca lo había celebrado como un talento, pero en ese momento Raven lo consideraba su superpoder. Los alfas podían oler a un omega a kilómetros, podían rastrear a otro alfa con facilidad, pero un beta… oh, un beta era un agujero negro de rastros. Ni feromonas, ni huellas aromáticas, nada. Era como un ninja sin olor.

 

Y vaya que lo estaba aprovechando.

 

La tercera prueba vino en la cafetería. Raven se escondió detrás del dispensador de jugo cuando lo vio entrar. Fingió estar leyendo los ingredientes del cartón como si fuera un informe vital para la empresa. Maelik se sirvió su café, serio como siempre, y no notó cómo el hombre se pegaba a la máquina como una calcomanía.

 

“Si sigo así, me van a dar un premio: el Beta más invisible del año”—pensó, conteniendo la risa.

 

El resto del día fue un desfile de pequeños triunfos: cambiar de dirección cuando lo veía venir, fingir llamadas urgentes para escapar de pasillos, incluso esconderse tras una pila de cajas en logística. Cada movimiento lo hacía con una mezcla de pánico y picardía, sabiendo que cualquier otro empleado ya habría sido atrapado por la mirada severa de Maelik, pero él seguía libre.

 

Eso sí… había un detalle que no podía ignorar: empezaba a sentir que él la buscaba.

 

Raven lo notaba en la manera en que sus pasos parecían cruzarse más de lo normal, en cómo entraba al archivo justo cuando él estaba allí, en la coincidencia de aparecer en el ascensor a la misma hora.

 

“Imposible, soy invisible… ¿no?”—se preguntó, tapándose media cara otra vez con el maletín mientras caminaba por el pasillo.

 

Si alguien lo veía desde fuera, pensaría que estaba medio loco. Y quizá lo estaba. Pero al menos, hasta ahora, su plan funcionaba.

 

 

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP