El camino serpenteaba entre montañas, alejándose cada vez más del bullicio de la ciudad. Mariana observaba el paisaje a través de la ventanilla del auto, mientras Alejandro conducía en silencio. La casa de campo de los De la Vega se encontraba a tres horas de la ciudad, escondida entre bosques y colinas, como un secreto bien guardado.
—¿Estás seguro de que esto no es un secuestro? —bromeó Mariana, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos desde que salieron.
Alejandro sonrió levemente, sin apartar la vista del camino.
—Si quisiera secuestrarte, habría elegido un destino más exótico.
—¿Como cuál?
—No sé... Bali, Maldivas, algún lugar donde nadie pudiera encontrarnos.
Mariana sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de perderse con él en algún rincón del mundo no le parecía tan descabellada.
—Tu padre fue muy insistente con esta escapada —comentó ella, recordando cómo el patriarca De la Vega prácticamente los había empujado a hacer este viaje.
—Mi padre cree que