El café se había enfriado en la taza de Mariana mientras revisaba los informes financieros que Alejandro le había pedido analizar. Tres semanas habían pasado desde la gala, y aunque él nunca volvió a mencionar a Isabela, su presencia flotaba entre ellos como un fantasma persistente.La puerta de su oficina se abrió sin previo aviso. Levantó la mirada, esperando ver a su asistente, pero en su lugar apareció Isabela Montero, enfundada en un traje sastre color marfil que acentuaba cada curva de su cuerpo.—¿Trabajando duro, señora De la Vega? —preguntó con falsa dulzura—. Qué dedicada.Mariana se incorporó lentamente, manteniendo la compostura.—Isabela. No recuerdo haber visto tu nombre en mi agenda.—Oh, no necesito cita. Soy prácticamente de la familia —respondió, recorriendo la oficina con la mirada—. Bonito despacho. Aunque no tan impresionante como el de Alejandro, ¿verdad?—¿Qué quieres? —Mariana fue directa, cansada de los juegos.Isabela sonrió, sacando de su bolso un sobre mani
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