La mansión de los Montero resplandecía bajo las luces estratégicamente colocadas en el jardín. Mariana observaba el reflejo de las estrellas en la piscina mientras sostenía una copa de champán que apenas había probado. El vestido azul noche que llevaba se ajustaba a su figura como una segunda piel, y el escote en la espalda dejaba al descubierto su piel bronceada.
Alejandro la observaba desde el otro lado del jardín. Habían llegado juntos, como dictaba su acuerdo, pero apenas habían cruzado palabra durante el trayecto. La tensión entre ellos era palpable, un muro invisible que ninguno se atrevía a derribar.
—Mariana Fuentes, ¿eres tú? —La voz masculina hizo que ella se girara con una sonrisa.
—¡Daniel! ¡Qué sorpresa! —exclamó, reconociendo al instante a su compañero de universidad.
Daniel Herrera, con su sonrisa fácil y su carisma natural, la abrazó con familiaridad. Mariana se dejó envolver en el abrazo, agradeciendo el encuentro con alguien que la conocía antes de toda esta farsa, a