18

El regreso a la ciudad trajo consigo un aire distinto. Como si el oxígeno de la playa hubiera sido reemplazado por una atmósfera densa y cargada de expectativas. Mariana lo notó desde el primer día en la oficina: Alejandro había vuelto a ser el hombre de acero, pero con una nueva capa de rigidez que antes no existía.

—Necesito los informes de Mendoza para las tres —le dijo sin mirarla, revisando documentos en su tablet—. Y cancela mi almuerzo con Rivero. Prefiero comer aquí.

—¿Aquí? —preguntó ella, sorprendida—. Pero es una reunión importante para...

—Dije que lo canceles —la interrumpió, levantando finalmente la mirada—. Prefiero que almorcemos juntos. Aquí.

No era una invitación, era una orden. Mariana asintió, sintiendo cómo el Alejandro de la playa, el que la había besado bajo las estrellas, se desvanecía con cada hora que pasaban en aquel edificio de cristal.

Durante los siguientes días, la rutina se volvió asfixiante. Alejandro revisaba su agenda, cuestionaba cada salida, inclus
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