El avión privado de Empresas De la Vega surcaba el cielo con la misma elegancia con la que Alejandro manejaba sus negocios. Mariana observaba por la ventanilla cómo las nubes se deshacían bajo las alas, preguntándose cómo había terminado allí, viajando a Monterrey con el hombre del que intentaba desesperadamente alejarse.
—¿Revisaste los informes que te envié? —preguntó Alejandro desde el asiento frente a ella, sin levantar la mirada de su tablet.
—Tres veces —respondió Mariana con tono profesional—. El señor Montero parece interesado en invertir, pero tiene dudas sobre la expansión hacia el mercado asiático.
Alejandro asintió, sus ojos finalmente encontrándose con los de ella. Había algo diferente en su mirada, una vulnerabilidad que aparecía y desaparecía como un espejismo en el desierto.
—Necesitamos este contrato —dijo él con voz grave—. No solo por la empresa, sino por tu familia también.
El recordatorio fue como una bofetada. Claro que lo necesitaban. La empresa de su padre segu