La motocicleta giraba con precisión milimétrica en esa curva cerrada, mientras Diletta mantenía un equilibrio perfecto, casi como si desafiara las leyes de la física en cada movimiento. De alguna manera, lo que estaba viendo se sentía tan opuesto a lo que veía en Celia, tan alejado de la fragilidad que ella emanaba con naturalidad. Cada fragmento de habilidad de Diletta me recordaba la distancia entre ambas mujeres, dos mundos que no parecían diseñados para intersectarse, pero que ahora lo harían por necesidad.
—Me parece que subestimas a mi hermana —replicó él de súbito—. En una sola tarde logró imitar a Diletta y engañar a todos. Solo necesita ser educada. Te ayudaré, Treviño, pero debes prometerme que la protegerás. Y sobre todo, que dejarás de consentirla como si fuese una niña incapaz de valerse por sí misma. A