El chirrido de los neumáticos y el rugido de los motores resonaban en mis oídos mientras nos adentrábamos en las callejuelas estrechas de Catania. El segundo de Nectáreo conducía con destreza, esquivando obstáculos y tomando atajos conocidos sólo por los lugareños. Nectáreo me mantenía firmemente abrazada, protegiéndome con su cuerpo.
—¿Estás seguro que son los Garibaldi? —pregunté con voz temblorosa, temiendo la respuesta. —Sí, son esos condenados que regresaron. Al parecer han venido a Catania, porque quieren expandir su territorio como hicieron en Sicilia. Me estremecí de miedo entre sus brazos. Estaba atrapada, siendo perseguida por capos de la mafia por culpa de la herencia de mi abuela. Tenía que hablar con Alonso para decirle todo, eso no podía esperar. Nectáreo giró bruscamente la cabeza