Hace casi un mes que llegué a Catania, con la esperanza de encontrar a Celia, pero esa esperanza se desvanece con cada día que pasa. Mis sobrinos y yo nos sumergimos en el corazón palpitante de la ciudad, sus carreras clandestinas, sus rincones más oscuros, pero de Celia, ni rastro. Es como si la ciudad misma la hubiera absorbido, tragándosela sin dejar más que un vacío en su lugar. No puedo evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que pienso en ella, imaginándola atrapada en esa red de clubes engañosos y promesas rotas.
Cada pista que seguimos nos lleva a un callejón sin salida, cada contacto que creemos prometedor termina desvaneciéndose como el humo de los cigarrillos en esos bares de mala muerte donde preguntamos por ella. No quiero admitirlo, pero el miedo me corroe por dentro. El miedo a que Celia haya sido engañada, a que haya caído en las garras de ese submundo c