Había hecho todo lo contrario: no solo había llamado la atención sobre mí, sino que también me había vuelto demasiado visible. El señor Nectáreo permaneció en silencio, evaluando la escena que acababa de presenciar. La manera en que confronté al impostor era algo que no podía pasar por alto. Tampoco podía ignorar la forma en que no solo los trabajadores nos observaban, sino también sus clientes, preguntándose quién era yo para que él me hubiera permitido hacer lo que hice. Con un movimiento de cabeza, me pidió que lo siguiera a su desordenado despacho y cerró la puerta tras nosotros.
—Celia, ¿quién es usted realmente? —inquirió con seriedad, sin dejar de mirarme como si intentara taladrar mi fachada—. ¿Qué hace solicitando un empleo de camarera con esa astucia que, estoy seguro, nunca ha ne