56. CELIA EN CATANIA
A la mañana siguiente, el sol apenas asomaba cuando mis pasos resonaban en el silencio del amanecer. Al salir al restaurante, encontré a Rocío, cuya presencia era tan robusta como su voz.
—Así que tú eres... ¿No nos hemos visto antes? —preguntó con una mirada evaluadora, mientras yo negaba con la cabeza, asustada—. Bien, te pareces mucho a... No me hagas caso. Te advierto que esto no es solo sonreír y servir cafés; hay que trabajar duro, pero si no te rindes, te enseñaré todo lo necesario.
Sentí una mezcla de alivio y nerviosismo. Aunque era un trabajo modesto, para mí parecía el mejor del mundo.
—Gracias —dije sinceramente—. No se arrepentirá.
—Pues comienza recogiendo todo lo sucio de las mesas —ordenó, entregándome una bandeja que me pareció tan pesada como si contu