304. CONTINUACIÓN

 Papá estaba lívido ante las revelaciones. La traición de mamá había cruzado un punto sin retorno. Todos lo sabíamos, aunque no lo dijéramos; nuestros corazones estaban oprimidos por el peso de la verdad. Papá, con el ceño fruncido y la voz cargada de dolor y rabia, indagó:

—¿Y tus visitas anuales a Cedera, para qué las hacías?

 Mamá cerró los ojos, como si el peso de sus secretos fuera demasiado para soportar. Luego, al abrirlos, nos miró a cada uno de nosotros con una mirada que imploraba perdón.

 —Iba a ver a mi familia, sí —admitió con voz quebrada—. Lo hacía para tranquilizarlos... —hizo una pausa, tragando saliva—. Iba para asegurarme de que los Gabbiani no intentaran nada contra los Garibaldi. Les aseguré que ustedes no tenían idea de que eran los dueño
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