286. CONTINUACIÓN

CELIA:

Cerré los ojos con fuerza, sintiendo cómo la batalla que Rubicelda había vaticinado comenzaba a librarse en mi interior. Sabía que las decisiones que tomara en los próximos instantes determinarían no solo mi destino, sino el de toda mi familia y, quizás, el de la humanidad misma. Recordé lo que me había acabado de decir Diletta, de que me concentrara en el amor.

 Pero antes de que pudiera siquiera hacer eso, el estruendo de disparos rasgó el aire, seguido de gritos desgarradores. Abrí los ojos de golpe para encontrarme con una escena dantesca: todos, sin excepción, habían disparado contra las mujeres de negro, que yacían inmóviles en el suelo. Solo mi suegra permanecía en pie, mirando horrorizada a su alrededor, especialmente a su esposo, que le apuntaba con un cañón apoyado en su frente.

—No lo hagas, papá —las voces de Alonso y Luigi se alzaron al unísono, cargadas de desesperación—. Está embrujada, ella no es una Janare. Aún podemos salvarla.

Tod
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