Con la garganta aún quemando por el trago de vino, me planté frente a la ventana. La impotencia se entrelazaba con una furia contenida ante la injusticia de ser siempre el pilar oculto, el soporte no reconocido. En ese instante, algo dentro de mí se fracturó; un agotamiento profundo, acumulado y tan pesado como una losa, se instaló en mi alma.
—¿Dónde estás? ¿Por qué no has regresado? —me pregunté, mirando en la lejanía. Ya no podía seguir subsistiendo de esta manera; esto no era vida. Ahora que al fin creí que me alejaría de mi familia abusiva, sucedía esto. Mi suegro me había prometido darme la dirección de su empresa, algo que no se lo ha dicho ni a Roger, al cual no dejó trabajar en ella. Yo pasaría a ser la accionista mayoritaria; no entendía bien esa parte, porque aunque tengo dinero, no llega par