Las horas pasaron, y con cada una que se deslizaba en la oscuridad, la realidad de mi situación se asentaba más profundamente. Celia no podía estar allí, me hubiera abierto, ella me ama. A pesar de la hora, llamé a mi suegro para ver si ella había regresado; me gritó que no y me ordenó no moverme de esta puerta hasta que ella apareciera.
Bajé a preguntar al portero y me dijo que no sabía nada, había cambiado el turno al del día. ¿Habría salido para evitar nuestro encuentro? Pero yo no podía irme, cuando cada fibra de mi ser me decía que esta noche era crucial para intentar reparar la torpeza de Celeste. Mi Celia de seguro se vería linda en ese vestido de novia. Mi hermano hubiera sido muy feliz con ella. Me recosté contra la puerta, deslizándome hasta el suelo, sintiendo la fría superficie a través de la tela de mi