Las palabras mueren en mi garganta. Dante me observa con esa mirada profunda que utiliza cuando quiere que enfrente la realidad, dura y sin filtros. Sus cigarrillos se han convertido en parte de él; lo enciende sin prisa, dándome espacio.

—Alonso, no es cuestión de lo que yo crea —dice, exhalando el humo como un suspiro—. Es lo que tú crees. Si hay una sola duda en tu mente sobre Celia, si no confías completamente en ella, entonces ya sabes qué tienes que hacer.

 El golpe de la verdad me sacude como un balde de agua fría. Es cruel, pero Dante siempre ha sido así: directo, sin adornos, sin compasión por los dilemas emocionales que a mí sí me torturan. Celia ha logrado entrar en un terreno donde nadie más ha estado antes, y eso me aterra.

—No sé si debo confiar en ella —respondo con más firmeza de la que realmente siento, decirlo en voz al