No respondo, pero no hace falta. Mi silencio lo dice todo. Dante suelta una carcajada breve y mezcla una bocanada de humo con el aire de la terraza.
—Espero que valga la pena —dice finalmente, con un tono sincero que rara vez utiliza—. Porque si no, más vale que prepares tus armas. El helicóptero comienza a despegar, levantándonos del infierno que dejamos detrás. Desde las alturas puedo ver cómo el edificio se va empequeñeciendo, y por un segundo, imagino a Concetta enojada, atrapada en su propia frustración, gritando y planeando su próximo movimiento. Conozco a esa mujer. Sé que no se quedará quieta. —Ojo detrás de ti, hermano —dice Dante con seriedad, sacándome de mis pensamientos—. Ella no dejará de intentarlo. —Déjala intentar —respondo, mirando al horizonte donde la ciudad se despliega b