227. LA CELDA DEL ABUELO

Me asomé de inmediato y me di cuenta de que, en verdad, habíamos encontrado las mazmorras que mencionó el abuelo. Decidí seguir mi instinto. A medida que avanzábamos, iluminando cada celda con nuestras linternas, el hedor se intensificaba, mezclándose con la humedad y el moho que impregnaban el aire. Era un olor a muerte, a sufrimiento, a siglos de historias encerradas en esas paredes.

De repente, me detuve en seco, mis ojos fijos en la pared de una de las celdas. Recordé lo que me dijo Fabrizio sobre las marcas de nuestra familia; era algo en lo que nos entrenó el abuelo. Él dejaba signos que a los ojos de otros no significaban nada, pero a los nuestros decían muchas cosas.

Y ahora mismo estaba observando uno de ellos: allí, grabado en la pared de una de las celdas, había un símbolo que solo los Garibaldi conocíamos. Un círculo con un triángulo en su interior, r
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