ALONSO:
El rugido del motor de Fabrizio resonó en la calle como un trueno, haciendo que el aire vibrara con su fuerza. Los atacantes, reconociendo el sonido, se paralizaron por un instante, sus rostros palideciendo ante la llegada del temido Garibaldi. Bajó de su auto justo a tiempo para ver como Dante me protegía junto a otros del ataque feroz de nuestros enemigos en su intento por atraparme.
—¡Es Fabrizio Garibaldi! —el grito desesperado de uno de ellos cortó el aire como un cuchillo. —¡Vámonos o seremos cenizas hoy!Sin embargo, el que me había golpeado, cegado por la codicia y la desesperación, insistió:—Tenemos que atrapar a Alonso para obligarlo a darnos el Rubí —dijo el que me había golpeado.—Deja a esa mujer y pongámonos a salvo primero. Luego veremos cómo nos hacemos de ella —replicó otro, el mied