Todos en el atelier observaban la escena con reproche hacia Celeste y se esforzaban por proponer soluciones y arreglos. Y yo..., yo saboreaba el dulce sabor de la venganza.
—No quiero oír más excusas, Celeste. Siempre actúas sin medir las consecuencias. Lo hecho, hecho está —mi voz era un susurro resignado, pero mis ojos destellaban con una determinación férrea. No iban a salirse con la suya y humillarme de esa manera—. Ahora, si me disculpan, necesito hablar con mamá. Después de este incidente, no sé si siquiera quiero seguir adelante con la boda. Roger, estoy muy decepcionada de ti. —¡Espera, Celia! —gritó Roger, corriendo tras de mí—. Te acompañaré a hablar con tus padres. No me detuve ni disminuí el paso; sentía cada latido de mi corazón como el eco de una batalla ganada. Me regocijaba en el