ALONSO:

 Dí la espalda al tiempo que hice un movimiento con mi cabeza para que se la llevaran. Al parecer no era cosa solo de celos de mujeres, o de eliminar a la que yo me dignaba mirar, había algo más y tenía a los especialistas listos para sacarle todos los misterios.

 Los amenazantes gritos de Concetta cesaron en el momento en que fue conducida a nuestra cárcel de enemigos. Con manos temblorosas, tomé el teléfono y marqué nuevamente el número de Nectáreo, ansioso por obtener noticias sobre la cirugía de mi querida Celia. Mi corazón galopaba en mi pecho, latido tras latido, mientras aguardaba una respuesta que parecía no llegar. Finalmente, tras un interminable suspenso marcado por el sonido de los timbrazos, Nectáreo atendió.

 —Aún están operándola, Alonso. Hace un momento, el doctor Salvador salió para informa