119. CONTINUACIÓN
CELIA:
Nos alejamos sin saber que eso que acababa de decir iba en contra de lo que había dicho mi hermana Diletta en la casa, y que me había casado con Dante.
—No debiste salir sin cubrirte —me regañó Alonso, algo molesto de que lo hubiera desobedecido, y le di la razón—. Bueno, veremos cómo arreglamos eso mañana.
Otra vez nos montamos en su lujoso auto, solo que esta vez lo conducía él y yo iba a su lado. Lo escuché hablar con un tal Fabio, diciéndole que se hiciera cargo del padre de Roger.
—Alonso, ¿qué le vas a hacer al pobre hombre? —pregunté asustada.
—Acostúmbrate, Celia. Nada puede interferir con nuestros planes —y volviendo a su llamada, lo escuché decir—: No, no lo lances al horno, solo mantenlo lejos de mi mujer.
—¿Alonso? —lo llamé asustada.
—Amor, no es pobre. Él sabía que Roberto no era Roger y aun así te engañó. Se confabuló con Agustino para comprarte por el lío ese de los rubíes, así que despierta. Todos son nuestros enemigos y no lo olvides, cariño: somos mafiosos