Hay verdades que no necesitan palabras. Verdades que se escriben sobre la piel con la punta de los dedos, que se susurran en el oído con la respiración entrecortada, que se graban en la memoria con el roce de los labios.
Esta noche, mientras observo a Nathaniel dormitar a mi lado, comprendo que nuestros cuerpos han estado confesando lo que nuestras bocas se niegan a pronunciar.
La habitación está en penumbra, apenas iluminada por la luz de la luna que se filtra entre las cortinas. El contorno de su cuerpo se dibuja como una silueta perfecta contra las sábanas blancas. Tiene el brazo extendido sobre mi almohada, como si incluso en sueños quisiera mantenerme cerca.
Me incorporo ligeramente, apoyándome sobre mi codo para observarlo mejor. Su rostro, normalmente tenso por el peso de sus responsabilidades, ahora luce relajado. Vulnerable. Es extraño ver así al poderoso Nathaniel Blackwell, el hombre que hace temblar a ejecutivos con solo una mirada.
Extiendo mi mano y, con delicadeza, reco