El reflejo en el espejo me devolvía la imagen de una mujer que ya no reconocía. Mis ojos, antes seguros y determinados, ahora brillaban con una intensidad diferente. Una intensidad que me asustaba. Pasé los dedos por mi cabello suelto, intentando ordenar no solo mis mechones rebeldes, sino también mis pensamientos.

Nathaniel Blackwell. Su nombre se repetía en mi mente como un mantra peligroso. Un nombre que había comenzado como una firma en un contrato y ahora era una marca grabada a fuego en mi piel.

Me senté en el borde de la cama, sosteniendo entre mis manos el contrato que nos unía. Aquel papel que debía mantener todo bajo control, delimitado, profesional. Qué ingenua había sido. No existía cláusula capaz de contener lo que ahora ardía dentro de mí.

El sonido de mi teléfono me sobresaltó. Era un mensaje de él.

*"Reunión en mi oficina. 30 minutos."*

Tan frío, tan directo. Tan Nathaniel. Y sin embargo, esas simples palabras bastaron para que mi pulso se acelerara. Me odiaba por ello