El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando me desperté sobresaltada. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. Nathaniel dormía a mi lado, su respiración acompasada contrastaba con mi corazón desbocado. Había soñado con él, con nosotros, con todo lo que estaba sucediendo entre ambos.
Me incorporé lentamente, tratando de no despertarlo. Observé su rostro relajado, tan distinto a la máscara de frialdad que solía mostrar al mundo. Así, dormido, parecía casi vulnerable. Casi humano.
Salí de la cama y me acerqué al ventanal. La ciudad dormía bajo un manto de luces artificiales que competían con las estrellas. Apoyé la frente contra el cristal frío, buscando calmar el calor que me consumía por dentro.
¿En qué momento había permitido que esto llegara tan lejos? Lo que comenzó como un contrato, una farsa, se estaba convirtiendo en algo peligrosamente real. Cada mirada, cada roce, cada palabra susurrada en la oscuridad me