CAPÍTULO 46. Todos tienen un precio.
La dejó tirada, y Cristina sintió todo su interior arder en rabia. Se estaba humillando por un techo y un plato de comida en ese lugar tan aburrido, donde no había más que peones rústicos y malolientes. Sin embargo, supo que más nada podía obtener, ya que no había estudiado y, a duras penas, sabe escribir su nombre.
Miguel llegó al aposento que compartía con Irina y resopló como toro bravo al recordar su último encuentro con ella, donde se entregó a él porque creyó que le daría su libertad. Sintió cómo su hombría despertó; no había sentido el deseo de tener una mujer en días, ya que la preocupación le había matado cualquier interés.
Fue en busca de Clarisa, encontrándola recostada en la cama, y se dejó caer a su lado. Ella se sorprendió y se alejó, repeliendo su cercanía.
—¿Qué quieres? —preguntó molesta. En esos días no se había molestado en saber de él. Había perdido el interés por Miguel; solo la muerte de su hijo la hizo darse cuenta de que Miguel es un hombre con el alma podrida.