Narrador

Miguel buscaba dentro de su recuerdo cualquier enemigo que quisiera hundirlo de esa manera, y encontró varios, incluido entre tantos su propio hermano Raelo, quien siempre le ha tenido envidia por ser el más exitoso de los dos.

Sin embargo, no era tonto. Supuso que algo o alguien estaba faltando, porque asume que gente de la suya —antiguos empleados— colaboraron, ya que saben arrear el ganado. Puesto que, de otra manera, le hubiese sido más complicado sacarlo sin alguien que conociera el ganado y que, igual, los animales les tuvieran confianza.

—¡Joder, apúrenle, hembras! —pedía a gritos, mientras cabalgaba junto a más de la mitad de sus peones, yendo a la montaña donde no había rastro de su ganado.

—Me quedé sin nada, y ya a esta hora me llevan un día de distancia —habló mirando a todos los lados y se sintió derrotado.

—Jefe, ¿y qué tal si vamos a la tierra que está cerca? Esa que colinda con la hacienda —propuso uno, porque no sabía dónde más buscar.

—Ahí no hay nada, ese t