CAPÍTULO 47. Venosa, caliente y palpitante.
—¿Entonces dónde me llevarás? —preguntó seductora, y el chico tomó su mano y la llevó a un establo de madera maloliente con varios compartimentos para caballos. Se encontraban en uno de los compartimentos, un recinto cuadrangular con espacio para dos animales, con el suelo repleto de paja y olor a excrementos. Ella miró todo con asco y arrugó la cara como si fuera a escupir, pero se contuvo, no dijo nada porque no tenía otra opción: el muchacho era inexperto y no tenía nada mejor que ofrecerle.
Él se acercó dudoso y la miró babeando:
—Quítese el vestido —le ordenó, y a ella le sorprendió la actitud autoritaria del muchacho.
Ella se quedó con la boca abierta, con las cejas levantadas, y parpadeando sin cesar; estaba, incrédula, pero segundos más tarde su vestido caía al suelo, quedándose en bragas a medida que se mordía los labios. Él, impresionado, se paró frente a ella durante un rato y después estiró los brazos para acariciarle las tetas.
—Qué calentitas y qué blanditas —expresó mar