Capítulo 117. No había escapatoria.
Adrián Soler
Al salir, el aire afuera del aeropuerto tenía esa mezcla rara de sal y queroseno, como si el mar cercano y los motores de los aviones compartieran el mismo aliento. Caminábamos con prisa, casi tropezando, Luciana un paso delante de mí con ese andar arrogante que parecía más un desfile que una huida, y yo detrás, con Mía pegada a mi pecho, aferrada como si temiera desaparecer si me soltaba.
Los policías nos habían dejado ir. O al menos eso parecía. La orden escrita, el maldito papel manchado de corrupción, había hecho su efecto: su silencio resignado fue el sello de que, por ahora, éramos libres.
Pero mi instinto me gritaba otra cosa. El modo en que los agentes nos miraron, esa incomodidad en sus ojos, no era normal. Era como si supieran algo más, como si esperaran un segundo acto que todavía no había empezado.
Y no debí esperar mucho para que llegara.
Apenas pusimos un pie en el pasillo que llevaba a la salida principal, lo vi. Sombra contra sombra. Movimientos calculado