Capítulo 5. Ningún hombre merece tus lágrimas.
Colgué con tanta fuerza que el teléfono rebotó sobre la cama. El golpe seco me sacudió, como si el ruido pudiera expulsar de mi cuerpo el veneno de su voz. Sentía rabia… pero también esa maldita sombra de duda que me pinchaba como una aguja invisible.No quería admitirlo, pero una parte de mí, esa que debería haber muerto con la portada de revista, todavía quería creerle.Me pasé la mano por la cara, secando lágrimas que parecían no acabarse nunca. El silencio de la casa me apretaba el pecho, así que salí de la habitación casi a ciegas, impulsada por la necesidad de borrar cualquier rastro suyo.Llegué al estudio. El lugar siempre había sido su santuario, paredes blancas, muebles minimalistas, el escritorio impecable… y en la repisa, sus trofeos y diplomas, brillando como pequeñas burlas doradas.Me acerqué. Saqué el primero de la repisa con un tirón brusco. El metal frío se clavó en mis manos, pero no me detuve. Uno, dos, tres… cada premio, cada reconocimiento, caía dentro de la caja
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