El hospital estaba lleno de una tensión que parecía impregnar el aire. Ethan caminaba de un lado a otro en la sala de espera, con las manos crispadas en puños.
—¿Por qué nadie nos dice nada? ¿Qué pasa con mi hijo?
Ethan no podía controlarse; había llegado junto con Margaret al hospital casi al mismo tiempo que la ambulancia que traía a Willy, después de que Alison lo llamara entre lágrimas, diciendo que el pequeño no dejaba de llorar y su fiebre no bajaba.
—Amor, tranquilízate.
Margaret se acercó a él, lo abrazó y le susurró: «Willy se repondrá, a diferencia de lo que muchos creen, los niños son fuertes».
—Tienes razón —respiró hondo—. Esto será solo un mal recuerdo.
—Así es, mi cielo, pronto lo podrás cargar y cuidar de él.
—Perdóname por haberte llamado toda la tarde —acarició su rostro—. Necesitaba pensar y no quería molestarte. Esta mañana te noté algo decepcionada.
—Tienes razón —alzando los hombros—. Debo confesar que días atrás rogaba para que los resultados fueran negativos. L