A la mañana siguiente, Margaret sostenía a Willy con una determinación feroz, como una leona que protege a su cría. No existía fuerza en el mundo capaz de arrancarlo de sus brazos.
—¡No permitiré que se lo lleven! —Exclamó con desesperación—. ¡Tendrán que pasar sobre mi cadáver antes de que vuelva con esa mujer!
—Señora, por favor —respondió Helena Hudson, manteniendo una calma calculada—. Mi única prioridad es el bienestar del niño. Lo está asustando, se lo ruego, déjeme llevármelo.
Willy sollozaba, aferrándose aún más a Margaret, su cuerpecito tembloroso en un mar de confusión.
—¡Nunca! —Replicó Margaret, abrazándolo con más fuerza—. ¿Qué tipo de vida tendrá con ella? ¡Es una ex prostituta! ¿Realmente creen que lo cuidará como se merece?
—¡Basta ya! —intervino Alison, su voz quebrada de furia. Se acercó rápidamente, estirando la mano para tomar a su hijo de forma brusca—. ¡Yo soy su madre! ¡Fui yo quien lo trajo al mundo, yo quien ha luchado por él! Tú no tienes ningún derecho sobre