Al llegar la noche, Margaret se alistó para la cena; todo lo que llevaba puesto fue escogido por Ethan.
—¿Cómo me veo? ¿Te gusta? —preguntó, desfilándole.
—Estás…
Ethan no encontraba cómo describir lo que sentía. El vestido verde esmeralda moldeaba su figura como si se tratase de una diosa de ébano. La abertura en la pierna derecha lo llenaba de fuego, y su cabello, que adornaba el escote en su espalda, era una combinación peligrosa para él.
—¿Y si mejor te arranco todo? —la jaló hacia él—. No es obligación que salgamos; yo te puedo preparar la cena, y tú serás mi pastel.
—No seas mañoso —mordió la punta de su nariz—. Si te portas bien, tal vez… sea buena contigo.
—Acepto el reto —tomó su mano derecha—. Por lo pronto, vamos, mi chofer nos está esperando.
***
Estando en el restaurante y mientras leía la carta, Margaret tenía la leve impresión de ser vigilada.
—¿Cariño? ¿Por qué estás inquieta? ¿Te desagradan las murmuraciones de los demás? Si es así, solo ignóralos.
Desde que entraron,