—¿Alice…? —la señora Anderson la menciona al verla en total silencio.
—¿Sí…? —la mira aún con esa sonrisa vacía.
—Puedes confiar en mí, solo dime lo que te pasa.
—Quiero marcharme, ¿puedo irme, por favor? —intenta sonar lo más tranquila posible—. Creo que la cena me sentó mal.
—Claro… está bien, has hecho un gran trabajo como esposa, eres toda una Anderson, ve, que yo hablo con los invitados, cariño —le habla siendo gentil y Alice asiente con la cabeza, colocándose de pie y sin mirar a los demás, se marcha del gran comedor bajo la mirada de algunos invitados que no se pierden absolutamente nada para tener tema de conversación.
Al ver venir a Carla con una botella de vino, le hace señas y esta se acerca rápidamente. —¿Qué desea que haga usted, señora Anderson?
—Me llevaré esta copa de vino y la copa.
—Usted… se ve triste, señora.
—Alucinas, Carla, soy feliz, mira mi sonrisa de felicidad —sonríe forzadamente y sus ojos brillan, y no de felicidad, sino de tristeza.
—¿Puedo hacer algo por