Alice siente el dolor más intenso de toda su vida. Lo que más desea es que sus bebés ya salgan para poder descansar. Busca desesperadamente a Damián con la mirada hasta que lo ve entrar, abrochándose la bata azul para acercarse a ella. Anderson siente mucho temor, mezclado con dolor por verla sufrir.
—¡Damián!— Ella extiende su mano y él la agarra rápidamente. Alice, aunque ya ha dilatado, no está haciendo el trabajo que le corresponde: pujar y pujar para que su primer bebé salga.
—¡Señora, debe pujar! ¡Si no, tendremos que hacerle cesárea!— A Alice se le salen las lágrimas.
—Escucha, cariño —Damián le quita los mechones de cabello que ella tiene en el rostro—. Tú puedes, tú eres mi mujer, eres una Anderson. El dolor es mental. Piensa en que verás la cara de nuestros bebés, en que por fin los vas a conocer, que vas a tenerlos entre tus brazos como lo has deseado, como lo has imaginado todos estos días. Puja, hazlo ya, cariño.
Anderson empezó a sudar, no pensó que un parto sería tan com