La secretaria, al verlos tan cerca como si se fueran a besar, sin saber que en realidad estaban discutiendo, sintió la imperiosa necesidad de intervenir para romper ese acercamiento. Sin embargo, no lo logró; la persona a su lado la interrumpió, sacando a colación una conversación trivial sobre el prestigioso evento al que ella había asistido con su jefe.
—¡La cena, señor y señora Anderson! —interrumpió la empleada, Carla. Alice, al escucharla, bajó de inmediato la mirada. Sus mejillas ardían porque, a pesar de la discusión, sentía mariposas en el estómago al tenerlo tan cerca. —Con permiso —murmuró Carla, retirándose con discreción.
Cuando Alice sintió la suave mano de Damián en su mejilla, levantó la vista. Él se acercó para susurrarle al oído: —Te guste o no, tú quisiste esto. Te recuerdo que estamos ante mi familia, debes ser una esposa cariñosa. —La soltó, esbozando una sonrisa maliciosa, pues sabía que a ella le molestaba que le dieran órdenes o le hablaran de esa manera.
La cen