Damián sonrió con un brillo en sus ojos y con una promesa que no necesitaba ser verbalizada. Redujo la distancia entre ellos con una lentitud exquisita, dejando que la anticipación se convirtiera en un delicioso tormento para Alice. Sus manos se posaron en la cintura de ella, atrayéndola aún más, y el varonil perfume se hizo más embriagador.
—Yo también deseo besarte —murmuró, su aliento cálido rozando sus labios.
Ella asintió, cerrando los ojos al mismo tiempo que Damián inclinaba su cabeza. El beso fue profundo y tierno, una confesión silenciosa de todo lo que sentían. No era un beso impulsivo, sino un ancla, un reconocimiento de su conexión inquebrantable. Para Alice, era la validación de que, a pesar de su complejidad, Damián la amaba. Para Damián, era la rendición momentánea de su armadura, solo por ella.
Cuando se separaron, Alice sintió su corazón latir desbocado.
—Vamos a cenar antes de que me arrepienta de mi autocontrol y te robe toda la noche —dijo Damián con una voz más gra