Damián sonrió con suficiencia, apagando el tabaco en el cenicero de cristal con un movimiento lento y deliberado.
—Usted está aquí para ejecutar una transferencia de acciones, no para debatir mis estrategias de negocios, abogado —dijo, su voz tranquila y peligrosa, un contraste con el temblor apenas perceptible del otro hombre—. Y le aseguro que sí es un acuerdo. El trato era simple: yo devuelvo las acciones, y él, a cambio, se abstiene de usar cualquier información comprometedora.
Se recostó en su sillón de cuero, su mirada penetrante.
—Dígale a Thomas que disfrute sus acciones por un tiempo. Será efímero. Elite caerá y de igual forma él perderá. Así que es preferible, ya que suele ser muy inteligente, que acepte el dinero por sus acciones o lo perderá todo —se encogió de hombros.
Miguel se adelantó un paso, posando su mano sobre el hombro del abogado, un gesto que no dejaba lugar a dudas sobre el final de la discusión.
—Ahora, ¿firmamos el papeleo o seguimos con las protestas si