Cap 7

Narrado por Liora

Desperté sin saber dónde terminaba mi cuerpo y dónde empezaba el de él.

Un pecho firme bajo mi mejilla.

Un brazo alrededor de mi cintura.

Un calor que no ardía… que sostenía.

Abrí los ojos con un sobresalto, mi respiración disparándose como si un látigo invisible cayera sobre mi piel.

Me moví instintivamente para alejarme, pero su voz me detuvo.

—Hey… tranquila. —No era una orden. Era… calma. Gruesa. Tibia. Innegociablemente segura—. Estás a salvo.

A salvo.

Una palabra que mi mente no entendía.

Me quedé quieta, tensa como un arco, sin atreverme a respirar del todo. Ronan tampoco se movió. Simplemente esperó, como si supiera que cualquier gesto brusco me haría romperme en mil pedazos.

Cuando al fin pude alzar la vista, sus ojos—oscuros, intensos—ya estaban sobre mí.

Él habló bajito, como si el aire pudiera herirme.

—Necesito que intentemos algo, ¿sí? —Levantó lentamente una libreta y un lápiz—. Quiero hacerte preguntas. Tú puedes escribir las respuestas. No tienes que hablar.

Tragué saliva.

Mis dedos temblaron.

Pero extendí la mano.

Él puso la libreta en mi regazo y retrocedió apenas, dándome espacio para respirar.

Su primera pregunta cayó suave, pero pesada como una piedra en un lago.

—¿Cuál es tu nombre?

El grafito tocó el papel.

Escribí despacio, como si mi mano no supiera obedecerme:

Liora.

Cuando levanté la libreta, vi cómo sus cejas se arqueaban, su mandíbula se tensaba apenas. No dijo nada. No me apresuró.

Siguiente pregunta:

—Liora… ¿cuánto tiempo estuviste secuestrada?

Mi mano volvió a temblar.

Miré el papel.

Miré el techo.

Traté de recordar el mundo exterior, pero mis años estaban hechos de oscuridad, pasillos, cadenas y voces sin rostro.

Escribí otra pregunta:

¿Qué año es?

Ronan frunció el ceño.

—2024.

Diez años.

Una década.

Diez inviernos.

Mil torturas.

Diez veces renacer y romperme.

Apreté los labios y escribí:

Diez años.

Tenía catorce cuando me llevaron.

Ahora tengo veinticuatro.

No sé por qué… sonreí.

Era absurdo, pero saber mi edad —la real— me dio un instante diminuto de identidad, de existencia.

Ronan no sonrió.

No podía.

Vi cómo su respiración cambió.

Vi cómo sus manos se cerraron en puños.

Vi un destello dorado cruzarle los ojos.

Su lobo… rugía.

Y aún así, él no se movió para asustarme.

—Diez años… —murmuró, como si la frase le desgarrara algo por dentro—. ¿Estuviste diez años ahí?

Asentí.

Su pecho emitió un gruñido tan profundo que me estremeció.

Yo retrocedí un poco en la camilla.

El miedo se activó, fiel, automático.

Ronan lo notó enseguida.

—No es contra ti —dijo rápido, suave, respirando hondo como si contuviera una tormenta—. Es mi lobo. Barack no… —cerró los ojos un instante— no soporta lo que te hicieron.

Me pasó la libreta de nuevo.

—Liora —su voz bajó, ronca, contenida— necesito que me digas qué te daban. Qué te hacían. Qué te inyectaban. Todo lo que recuerdes.

Mis manos sudaban.

Me dolían.

Pero escribí.

Inhibidores de loba. Mucho.

Aconito… casi siempre.

Inyecciones para mantenerme débil.

No podía transformarme.

No podía defenderme.

Ronan leyó eso y el aire tembló.

Literalmente tembló.

Barack rugía dentro de él como un animal encadenado.

Pero yo seguí.

Mi mano ya no escribía: sangraba en tinta.

Violaciones.

Golpes.

Quemaduras.

Fracturas que nunca cuidaron.

Me usaban.

Me ataban.

Me dejaban días sin agua.

Ronan apretó la libreta con tanta fuerza que pensé que la partiría.

Su garganta vibró con un gruñido feroz, oscuro, visceral.

Por un segundo, pensé que iba a transformarse.

Por un segundo, pensé que sería testigo de un alfa perdiendo el control.

Pero no.

Respiró.

Contuvo.

Controló.

Y dijo, con una voz que no parecía humana:

—Gracias por decírmelo, Liora.

No sabes lo que significa que me lo confíes.

Significaba mucho.

Significaba todo.

Significaba que alguien… por primera vez… quería escuchar mi verdad.

Entonces él volvió a preguntar, muy bajo:

—¿Te hicieron algo más?

Y yo, tragando mis propios temblores, terminé de escribir:

Quería saber si estaba rota.

Y creo que sí lo estoy.

Cuando levanté la libreta, sus ojos no tenían brillo dorado.

No tenían furia.

Tenían… dolor.

Dolor por mí.

—Liora —susurró, inclinándose un poco—. Tú no estás rota.

Rotos están ellos por pensar que podían quebrarte.

Yo bajé la mirada.

Sentí que iba a llorar.

Pero no lo hice.

Porque llorar era un lujo para después.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App