Cap 8

Narrado por Ronan

Diez años.

Maldita sea… diez años.

No meses como otras víctimas.

No semanas.

Diez inviernos.

Diez lunas llenas donde nadie la escuchó gritar.

Diez años en manos de bestias que no merecen llamarse cambiaformas.

Las letras que Liora escribió siguen estampadas en mi mente como hierro candente.

Mi lobo, Barack, golpea con furia dentro de mi pecho, empujando mi control, arañando mi cordura.

«Protégela.

Despójalos de la piel.

Que sangren.»

Su voz ruge, profunda, instintiva, ancestral.

Tengo que salir de la clínica.

Si me quedo un segundo más, voy a transformarme frente a ella y destruir todo el progreso que logramos esta mañana.

Salgo sin despedirme.

Mi respiración es una hoguera.

Mis pasos, cuchillas contra el suelo.

Y aun así… aun así, en medio de la ira, su nombre—Liora—me atraviesa con una suavidad que no entiendo.

Un nombre hermoso, pero insignificante comparado con la fuerza que guarda dentro.

Es una criatura hecha de sombras y resistencia, de cicatrices y luz.

Una belleza feroz, silenciosa, rota… pero de una forma en la que las ruinas cuentan historias más poderosas que los templos.

Verla limpia fue un golpe directo al alma.

Su cabello blanco, casi plateado, cayendo sobre su espalda.

Su piel pálida sin la capa de sangre seca.

Sus ojos… sus ojos turquesas, tan intensos que no sé si me miraban o me atravesaban.

¿Qué demonios me está pasando?

Sí, es atractiva.

Sería un idiota si negara eso.

Pero lo que siento es… demasiado. Demasiado pronto. Demasiado fuerte. Demasiado visceral.

Y Liora no es mi alma gemela.

Lo sabría.

Tengo veintiocho años; todavía hay tiempo para encontrarla y no aceptar una elegida por obligación.

Quiero un vínculo verdadero como el de mis padres. De esos que vuelven al mundo un lugar más pequeño porque tu hogar está en un solo par de ojos.

Liora no es eso.

Entonces, ¿por qué diablos la necesito cerca como si respirara por mí?

Llego a la casa de la manada con un humor que podría incendiar edificios.

Subo los escalones y me topo con Cristina

Perfecto. Justo lo que no necesitaba.

Estoy tan cargado de rabia que apenas puedo forzar una sonrisa educada.

Lo intento, por respeto, porque nunca ha sido cruel conmigo.

Hemos salido. Hemos compartido noches.

Nada serio.

Ella lo sabe… o finge saberlo.

Pero no tengo espacio para ella ahora.

—Ronan, ¿dónde estabas? —dice con esa voz dulce que hoy me irrita—. Fui a tu oficina y no estabas. Pensé que podíamos almorzar juntos. Te llamé, te mandé mensajes…

—Perdón. —Me paso la mano por la cara—. No he visto el teléfono. Estaba en la clínica, con Maeve. La chica… Liora… despertó.

Della ladea la cabeza, pero su interés no está donde debería.

—¿Tuviste que ir tú mismo? Pudiste preguntar por mensaje.

—Quería ir. —Y porque no podía soportar la idea de no verla despierta, pero eso no lo digo—. Descubrimos su nombre. Y… —mi voz se tensa— descubrimos que estuvo secuestrada diez años.

Eso debería conmocionarla.

Eso debería hacerla frenar, procesar, sentir algo.

Pero no.

—¿Es una omega? —pregunta primero.

Y eso es todo lo que necesita saber para interesarse.

Me muerdo la lengua para no gruñirle.

—Sí, pero… —respiro hondo— eso no es lo importante ahora. Verla así fue… jodido. Maeve cree que es trauma. Voy a volver a verla más tarde, pero antes necesito sacar a Barack a pelear con algo. Está al borde de arrancar paredes.

—Si quieres, puedo ayudarte. Podemos pedir comida, masajito, y luego vemos…

—No. —Mi voz sale seca, cortante—. Necesito golpear algo. Iré al campo de entrenamiento con Carson. Nos vemos luego.

Camino antes de que siga hablando.

Su perfume se queda atrás, pero la conversación me deja un sabor amargo.

¿En serio lo único que le importa es que Liora sea una omega?

Carson ¿gimnasio o campo? Barack está a nada de matar a alguien.

Uso el enlace mental. Con él es fácil.

«Estaba bañándome, alteza. Acabo de dejar hecha una sopa al invitado.»

El muy idiota se refiere al pobre recluta que seguramente masacró.

«¿Adivina qué? Sigue sin hablar. Dice que no tiene nombre. Me va a sacar canas verdes. Nos vemos en quince.»

No tengo paciencia para sus estupideces, pero necesito esto.

Necesito sangre, tierra, sudor.

Necesito perder en un puño lo que no puedo perder frente a Liora.

Me transformo mientras corro.

La piel me cruje, mis huesos se reacomodan, y Barack toma las riendas.

Mi lobo es una sombra de casi dos metros, negro completo, ojos dorados como brasas.

Cuando llego, Artemis —la loba de Carson — ya me espera.

Negra también, pero con reflejos grises.

Ojos rojos, hambrientos de pelea.

Perfecto.

Nos rodeamos.

Pura tensión, pura amenaza.

Él ataca primero, como siempre.

Yo esquivo, muerdo, giro, gruño.

El mundo se reduce al choque de colmillos.

A la tierra volando.

A la furia liberándose.

—¿Vas a decirme qué te jode tanto? —ruge Artemis en mi mente mientras intenta arrancarme un pedazo del flanco—. Nunca entrenas de día. Los cachorros van a salir traumatizados cuando te vean regar el suelo con tu sangre.

—Es por Liora. —Gruño mientras me agacho y lo paso por debajo para morderle el lomo—. Por lo que me dijo.

Un gruñido curioso.

—¿Quién demonios es Liora?

—La chica. La omega que rescatamos. Maeve encontró aconito en su sangre. Inhibidores. Inyecciones. Y… —Barack ruge— nos escribió que estuvo secuestrada diez jodidos años.

Artemis se detiene un segundo.

Solo un segundo.

Suficiente para que yo le clave los colmillos en la pata.

—Diez años… m****a. ¿Por qué tanto? ¿Sabe quién la tomó?

—Todavía no llegamos a eso. —Suelto un bufido furioso—. Barack quería masacrar a alguien. Casi me transformo frente a ella.

—¿Y estás seguro de que solo es instinto protector? —me lanza un zarpazo que esquivo por poco—. Porque suena más a que quiere que ella te monte la cabeza y—

Lo tumbo al suelo.

Le muerdo el cuello.

Lo dejo morder el mío.

—Cállate. —gruño—. Es seria la cosa. Es omega. Está rota. No sé de dónde es. No sé si su familia la está buscando. No puedo acercarme más de lo necesario. Sería cruel darle algo que luego no puedo sostener.

Ese pensamiento hace que Barack explote.

Me lanza sobre Artemis, y nos vamos a colmillo limpio.

—¿Y si tu loba se altera porque te recuerda a…?*

Lo derribo con tanta fuerza que levanto polvo.

—Termina esa frase, y te arranco los huevos. —Barack ruge a través de mí—. Sí. Lo pensé. Y sí, es probable que sea por eso y porque es omega.

Artemis se ríe mentalmente.

Burlón.

—Cristina la va a descuartizar si sigues así.

—No estoy sintiendo nada, —gruño— y aunque pasara, Cristina no… haría… nada.

—Ronan, esa mujer tiene una carpeta con tus uñas guardada debajo de la almohada. Está loca.

—No está loca.

—Hermano…

—La dejarías sin habla si supieras que estoy diciendo esto: está simplemente obses… persistente.

Seguimos atacándonos una hora.

Un baile brutal.

Un desahogo necesario.

Hasta que una voz me atraviesa la mente como un llamado urgente:

«Ronan. Es Maeve. Necesito que regreses a la clínica. Es… importante.»

Y el mundo, otra vez, deja de ser pelea

para volver a ser ella.

Liora.

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