—De sólo pensar en su muerte se me encoge el corazón —murmuró—. No sólo porque es mi madre, sino porque era mi principal y mejor consejera para tomar decisiones importantes. —Me dirigió una mirada fugaz—. Lo siento, amor mío, no estoy diciendo que tú no eres buena consejera. En realidad, tus consejos son…
—Ya, mi señor, no necesitas explicarte. Créeme que no me ofende la comparación. Tu madre es el ser más sabio que hayamos conocido jamás, y no creo que nadie podría aconsejarte como ella, tanto por su inteligencia como por su experiencia.
Noté que su mano sobre la balaustrada de piedra del balcón se apretaba en un puño y alcé la vista hacia él, hallando sus brillantes ojos azules fijos en el bosque frente a nosotros, al otro lado del prado.
—¿Y luego? —gruñó entre