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Ayudamos a la reina a pasarse de su sillón a un sofá a pocos pasos, donde podíamos sentarnos con ella, y no pude evitar advertir su fragilidad y su debilidad. Cada movimiento parecía demandarle un gran esfuerzo, y estaba tan delgada, pesaba tan poco, que me daba miedo que fuera a sufrir una fractura en cualquier momento.

Un suspiro entrecortado brotó de sus labios al volver a sentarse, y Mael se apresuró a situarse junto a ella, rodeándole los hombros con un brazo para que pudiera descansar la cabeza en su hombro, los dos todavía emocionados hasta las lágrimas.

Me agaché a acomodar su falda y su mano temblorosa me acarició la cabeza como un soplo. La tomé entre las mías para apoyar mi mejilla en el dorso de sus dedos, arrodillándome a sus pies transida de dolor por ella.

—Oh, hijos, me hace tan feliz que hayan regresado —dijo al fin con su mente, y su vo

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